Desde la Playa de la Puntilla

Manolo Morillo (El Puerto, 1957), actor portuense que mamó las tablas desde la infancia a través de su padre, el locutor Pepe Morillo. Ha pertenecido a los grupos Teja, Bellas Artes, Balbo, T.I.B. y Tirititrán Teatro. Actualmente colabora con Diario de Cádiz. El próximo proyecto en el que se encuentra inmerso es la preparación de una obra de Muñoz Seca dentro de los actos conmemorativos previstos para la inauguración del Teatro Principal, bajo la dirección de José L. Alonso de Santos.

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Lugar: El Puerto de Santa María, Cádiz, Spain

«Que Dios nos guarde de generales y funcionarios que son los principales enemigos del arte» decía Stanislavski en 1900.

sábado, septiembre 10, 2005

RECUERDOS DE LA PLAYA DE LA PUNTILLA

Mis primeros recuerdos de la portuense Playa de la Puntilla datan de la década de los años 60 del siglo pasado, cuando de muy pequeño iniciaba el camino a la playa con mis padres y hermanos. Los preparativos nos ilusionaban a todos: la nevera con el agua fresquita, los bocadillos de foagrá para la merienda, y los aperos propios de cualquier niño de la época –léase cubo, pala y rastrillo-, sin olvidarnos del pandero que nos hacía mi padre con papel de periódico y caña. Tengo que reconocer que la ilusión del inicio de la marcha, se mezclaba con la tortura de ir andando con todos los tiestos a cuesta desde mi casa de la calle San Juan hasta el tan ansiado baño playero. Todavía no circulaba el autobús urbano en nuestra ciudad, y cuando lo tuvimos, rápidamente surgió el gracejo portuense bautizándolo popularmente como Coche de la Barriada. Nuestro recorrido a pie solía ser casi siempre el mismo, calle San Juan abajo, Plaza de la Iglesia, Pagador, Santo Domingo y San Bartolomé adelante hasta llegar a la casa de Domingo Renedo donde ya empezaba el Camino de los Enamorados. Tenía su explicación. Mi abuelo Manué conocido en el mundo de las personas del campo como El Corcha, era el capataz de la finca de Las Dunas, donde hoy día se encuentran las instalaciones de Medio Ambiente. Y cuando pasábamos por el huerto que él cuidaba, le llevábamos el costo-merienda que la abuela preparaba con su cariño habitual. Él nos esperaba siempre con la sonrisa en la boca y un camaleón en la mano, dándonos pábulo para el inicio de nuestros primeros juegos infantiles.
Intuyo pasados los años, que lo que verdaderamente hacía mi abuelo Manué era avisarnos de que las generaciones futuras –mis hijos, los hijos de mis hijos, etc.- no iban a poder disfrutar en plenitud, de la naturaleza que nos rodeaba en ese momento por culpa del desarrollo mal entendido de personas que se llenan la boca y los bolsillos de la palabra Puerto, sin importarles un comino la herencia de todo a cien que van dejando detrás.
En muchísimas ocasiones al comenzar nuestra andadura por el Camino de los Enamorados, teníamos la suerte de coincidir con los arrieros que transitaban hacia la playa en busca de su carga diaria de arena, para surtir a las calerías del lugar del material necesario para la construcción. Éstos, nos subían en sus burros con el consentimiento de nuestros padres, y nos llevaban en aventura continua entre el olor a retamas, pinos y eucaliptos hasta la entrada del bar del Castillito, siempre cobijado a la buena sombra del enorme eucalipto que le acompaña desde tiempo inmemorial, y donde las dunas de arena nos daban la bienvenida a los primeros baños de la temporada.
Con el paso del tiempo los zagales nos íbamos independizando de nuestros padres, e iniciábamos la aventura por nuestra cuenta y riesgo. Riesgo que asumíamos no sin mucha consciencia cuando nos arremolinábamos entorno a las piedras del canal del río para darnos nuestros buenos chapuzones en el encuentro del río Guadalete con la propia Playa de la Puntilla. Raro era el verano que no corría de voz en voz por toda la playa el rumor de ... “quillo, sa jogao un jerezano cruzando la caná”. Y lo malo de esto es que era verdad.
Son los primeros recuerdos que tengo de mi relación con la Playa de la Puntilla, nuestra playa, la más portuense de todas. La de siempre, la que nunca nos falla. La fotografía data del año 1971, tenía yo 14 años.

Manolo Morillo
Verano en Primera Persona
Diario de Cádiz.
10 de septiembre de 2005