LÁGRIMAS POR AGUSTINA
La primera vez que entré con tu hermano Pepe por vuestra casa de la calle Pozuelo, tras recibir la socarrona sonrisa de aceptación de Pepín, vuestro padre, me quedé enganchado de ti. En esa casa amplia y luminosa creí ver a la heroína de nuestras lecturas de juventud, la Sigrid del tebeo de los domingos, alta, esbelta, rubia y con la sonrisa siempre en los labios. Antonio, tu paladín particular, era la envidia de toda la chavalería que merodeábamos las meriendas de Luisa, esa superwoman de madre de la época, fiel reflejo de las nuestras, acogedora, sencilla y llena de paciencia con los amigos de sus hijos, a los que nos adoptaba todas las tardes un ratito, y nos devolvía para casa con una manzana reluciente entre las manos. Con el tiempo nuestra relación se hizo más intensa, ya que coincidimos hasta tu jubilación prematura -en la antigua Caja de Ahorros de Cádiz- con Guillermo Romero, José Antonio Lojo, Bernardo Ramis, Jesús Rivas, Juan Muñoz, Laly Rosso, Higinio Obregón, Carlos Pumar y Pepe Morillo, entre otros. ¡La gran familia de la Caja!, no en balde, un tercio de nuestras vidas lo pasábamos juntos, y sabíamos el uno del otro pelos y señales de nuestro acontecer diario. La noticia de tu muerte nos sorprendió a todos en la tradicional comida de la Feria de Primavera. Sabíamos que estabas luchando contra viento y marea para ganar esa “calidad de vida” que según tú te faltaba, para poder acompañar a tu marido ahora que Lucía, vuestra hija, volaba independiente en busca de su horizonte particular. Cuando el pasado viernes 28 de abril el cura Angulo quiso pronunciar tu nombre, y la voz se le resquebrajaba de dolor, los allí presentes hubiésemos dado un poquito de nuestra vida por alargar la tuya lo suficiente, para que pudieses acompañarnos cincuenta y siete ferias más, y tener la enorme fortuna de compartir esa sonrisa que tan fácilmente nos regalabas. Nos has dejado “tocados” a todos, y como casi siempre ocurre en circunstancias parecidas, lo que te quise decir y no hice en su momento llega tarde, pero no puedo dejar de agradecerte tu trato, en algunos casos como hermana, en otros como compañera y en muchos más aconsejándome como una verdadera madre. Las lágrimas de desconsuelo que derramó el profesor Don Antonio Muñoz Repiso, tu marido, mi amigo, el día que nos dejaste definitivamente, no creo que pueda olvidarlas en el resto de los días. Esas lágrimas, Agustina, mi querida Agustina Pérez Enríquez, son también las nuestras, las de todos tus amigos, las de todos los que recibimos tu trato amable. Gracias por ser como fuiste compañera, que no es poco.
Compañeros de Agustina Pérez Enriquez en Unicaja manolomorillo@hotmail.com
Compañeros de Agustina Pérez Enriquez en Unicaja manolomorillo@hotmail.com
Cartas del lector
Diario de Cádiz
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