EL TEATRO DE MIS SUEÑOS
El día 23 de febrero de 1984 una nube de humo negro cubría el cielo de la calle Luna y cientos de portuenses fuimos testigos impotentes de la incineración provocada del Teatro Principal. Con él quemaron también el espíritu de su creador Nicolás Setaro, el de tantos actores y actrices que pasaron por sus tablas, el de varias generaciones de porteños que aprendieron entre sus muros de terciopelo a amar el noble arte de Talía, y como no, acallaron igualmente de un fogonazo lleno de desvergüenza inmobiliaria la voz de un pueblo indolente con sus cosas, con su calles, con sus casas. Aunque las comparaciones siempre son odiosas, sabemos de otros lugares con el mismo padecimiento –Liceo de Barcelona-, que no dudaron ni un instante en ponerse manos a la obra el día inmediatamente posterior a tan luctuoso suceso incendiario. Lo malo de todo esto es que a nadie se le cayó la cara de vergüenza por lo que no se hizo después, empezando por el alcalde comunista de la época y terminando por la cantidad de portuenses de boquilla que se pasan media vida amagando pero que nunca dan. Esa desidia la hemos pagado con creces los que ya estábamos y los venidos después al vernos privados durante un más que largo periodo de tiempo, de la magia de ver abrirse un telón de teatro. En estos días, veintitrés primaveras después, los cuatro locos que nos hemos desgañitado ante quien quisiera oírnos suplicando la construcción de un nuevo teatro, vamos a sonreír porque nuestras voces por fin han sido escuchadas, tarde, muy tarde diría yo. Habría que exigir a todos los responsables políticos que han tenido en sus manos la oportunidad de hacer algo más que mirar hacia otro lado, el lucro cesante de todas las hojas de almanaque que nos hemos pasado en blanco. Fíjense como estará la cosa, que ya casi ni nos molesta el feísimo aspecto exterior que han parido esos arquitectos salidos de las entrañas de la Tierra, más preocupados por pasar a la historia como creadores de estampas grotescas, que de fijarse en el entorno en el que construyen y adaptarse al medio con un mínimo de respeto, a los edificios singulares e históricos que rodean el engendro millonario que han creado. En esta ocasión tendremos que conformarnos con la belleza interior que dicen tenemos los feos. Esperamos, confiamos y suplicamos que la vida íntima de nuestro teatro sea rica en programación, con amplitud de miras y alejada de localismos trasnochados que no nos llevan a ninguna parte. Que se dote con un presupuesto acorde a la inversión realizada, que nuestros políticos se alejen lo más posible de las fotos con los artistas para que no se les vea mucho el plumero, aunque algunos no podrán evitarlo. Y que como dijo en su día Goethe, que el escenario sea tan estrecho como la cuerda de un equilibrista, a fin de que ningún torpe se atreva a pisarlo. Los cómicos de El Puerto estamos de enhorabuena, el ‘Teatro de los (mis) Sueños’ va a abrir el telón, ¡que comience la farsa!
Manolo Morillo - manolomorillo@hotmail.com
Artículo de Opinión
Diario de Cádiz
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